Unos altavoces de US$21.500 dejan salir a todo volumen la voz del rockero norirlandés Van Morrison en su magistral álbum de 1968 Astral Weeks(“Semanas astrales”).
Los parlantes están a un volumen alto y los detalles en la grabación se revelan, en especial la imagen estéreo, (una especie de ilusión acústica) extremadamente nítida con instrumentos claramente definidos, como si vinieran de distintas partes del“escenario”.
Los violines y las flautas se propagan hacia izquierda, el bajo se percibe en el fondo y un poco hacia la derecha, mientras que el propio Morrison, poniéndole ritmo a su guitarra, se proyecta directamente desde el centro.
Bowers & Wilkins, la compañía que fabrica estos parlantes Diamond 802 , tiene una línea aún más cara como, por ejemplo, el excéntrico modelo en forma de concha de mar “Nautilus”, que se vende a US$92.100.
Varias compañías producen altavoces de precios estratosféricos. Por ejemplo las unidades Magico M Project de US$200.000 o el sistema de la era espacial Ultimate de la firma Transmission Audio que valen US$1,5 millones.
Caja costosa
Uno creería que el mayor esfuerzo para fabricar esos parlantes se concentra en el diseño de los “diafragmas” de cono invertido al frente del parlante.
Sin embargo, para un altavoz como el Diamond 802 de Bowers & Wilkins, la carcasa requiere un trabajo similar.
“El costo más grande individual es probablemente la caja“, explica Danny Haikin, director de marca de la compañía.
El cuerpo exterior curvado del Diamond 802 ostenta 20 capas de haya (madera) y múltiples capas de laca. Además son necesarios varios días para pulirlo. Este video de Bowers & Wilkins muestra el proceso:
Esa capa de madera es especialmente sólida, algo importante para la producción del sonido.
“Realmente uno no quiere escuchar la caja, así que la idea es hacerla dura para que no tenga resonancia“, dice Haikin.
Cuando el diafragma vibra, el movimiento crea ondas de sonido al frente, pero también en la parte de atrás. Si la caja vibra también significativamente, añadiría otro sonido a la mezcla, provocando que la música no esté sincronizada.
Por eso algunos de los altavoces de Bowers & Wilkins tienen una especie de “bocina” invertida detrás de algunas de las unidades de transmisión.
Son protuberancias muy visibles en la parte posterior de cada cono, por ejemplo en el Nautilus, que amortiguan y alejan el sonido del oyente.
Calidad de diamante
La compañía incluso desarrolló unas cúpulas sintéticas de diamante para los “tweeters”, las unidades de transmisión que emiten las frecuencias más altas (agudos).
Cualquiera que fabrique un altavoz pretende que el diafragma sea lo más duro posible, pero también muy ligero para que, al vibrar, pueda expulsar el aire con muy poco gasto de energía y sin deformarse bajo la presión ejercida en el proceso.
El diamante, que es muy duro y muy liviano, es por lo tanto una buena elección.
“Es algo que se desarrolla en un horno gigante de 1.500 ºC que reproduce condiciones volcánicas“, dice Haikin. Solo el componente de diamante cuesta unos US$1.500. Por eso, los altavoces que lo tienen son muchos más caros.
Y hay más elementos de ingeniería. Desde diafragmas más grandes con material descrito como “aeroespacial” hasta superficies diseñadas cuidadosamente con hoyuelos, como pelotas de golf, para que el aire pase sobre ellas suavemente.
En este caso el resultado es un menor ruido del bajo, incluso a volúmenes altos.
Lucir bien
La apariencia también importa. Haikin destaca que el mercado para los altavoces es mayoritariamente masculino. Por lo tanto los diseños evocan otros productos elegantes y de formas curvadas, como los autos deportivos.
Puede sonar superficial pero según Rob Oldfield, un experto en acústica de la Universidad de Salford, se ha demostrado que las personas realmente creen que los altavoces se escuchan mejor si los ven más atractivos.
“Esa percepción de que ‘esto parece un producto de calidad, realmente bueno’ cambiará tu forma de consumir el audio”, explica.
Como ocurre con el color y la textura en la percepción de un sabor, puede que nuestros oídos reciban masajes no solo por lo que escuchamos, sino también por lo que vemos.
Pruebas de laboratorio
El laboratorio acústico de Oldfield es frecuentemente utilizado como un lugar de pruebas para sistema de altavoces de gama alta.
Eso incluye desde un micrófono para “escuchar” las frecuencias del altavoz hasta láseres que monitorean el movimiento del diafragma de un parlante y detectan cuando distorsiona, así sea mínimamente, interfiriendo con el audio.
Una de las instalaciones clave, sin embargo, es una cámara anecoica. En este cuarto, las paredes, el techo y el piso (por debajo de tela metálica sobre la cual la gente se puede parar) están cubiertos en gruesas cuñas de gomaespuma.
Las ondas de sonido desaparecen en las ranuras entre esas cuñas y son absorbidas muy efectivamente. De ahí el nombre “anecoica” (anti-eco).
Su utilidad para la prueba de altavoces se ve mediante un “robot altavoz”, una especie de cardán mecánico al que se le anexa un parlante para moverlo en distintos ángulos.
Al apuntarlo a un micrófono en la sala y gradualmente darle la vuelta, los investigadores pueden tener una idea de lo bueno que es en proyectar el sonido en un arco.
Y es que los oyentes no siempre pueden sentarse frente a los parlantes, así que una direccionalidad balanceada es importante.
Para demostrar lo complicado que eso puede ser, Oldfield pronuncia unas frases mientras da una lenta vuelta en 360 grados.
Cuando mira en sentido contrario, su voz se vuelve significativamente más baja, debido a la falta de eco, pero también curiosamente más monótona.
Eso ilustra el hecho de que las frecuencias más altas son más direccionales que las más bajas y solo se pueden escuchar apropiadamente cuando la fuente de su emisión está al frente.
Los parlantes tienen que ser diseñados para compensar eso, al proyectar las altas frecuencias lo más clara y ampliamente posible.
“Hay dos elementos que, por lo general, la gente trata de observar”, apunta Oldfield. “Uno es que las frecuencias bajas seas más direccionales y el otro, que las altas sean menos direccionales… para que, sin importar donde te encuentres, tengas la misma experiencia”.
Otro lugar útil en Salford para comprobar el valor de unos altavoces es la sala de audición, diseñada especialmente para que los parlantes suenen lo mejor posible.
Tanto Oldfield como Haikin reconocen las limitaciones de las mediciones técnicas con respecto a la experiencia de realmente escuchar un altavoz.
“Si me mostraras un montón de respuestas de frecuencia yo no sabría diferenciarte un parlante de US$30.000 de uno de $US800“, comenta Oldfield.
“Es más complicado que eso y el aspecto perceptual es muy importante“. Significa, esencialmente, que es una respuesta en gran parte subjetiva.
Y Haikin resalta otro punto crucial, señalando que los altavoces intentan lograr lo imposible, por lo que representan una solución de compromiso.
“Estás intentando reproducir una orquesta de 40 músicos en un ambiente completamente distinto adonde fue grabada la música”.
Entonces, ¿vale la pena pagar decenas o cientos de miles de dólares por unos parlantes?
No todo el mundo está convencido. Rob Oldfield dice que ahora está acostumbrado a escuchar música en sus mínimos parlantes Bluetooth.
“No entiendo para qué gastar tanto dinero en un altavoz”, dice encogiendo los hombros, “pero no represento a todo el mundo del audio”.